La II campaña de excavaciones, con una duración de 6 meses, comenzó el 10 de julio de 2006. Recientemente se ha iniciado la 2ª fase que, al igual que la primera, acoge a un grupo de estudiantes y licenciados. El Laboratorio de Arqueología de la Ciudad (LAC), de la Escuela de Estudios Árabes de Granada (CSIC), está realizando un ambicioso proyecto que comprende la excavación, restauración y musealización del Alcázar Real, cuyas ruinas se ubican en el centro de la ciudad de Guadalajara, junto al Palacio del Infantado. Los trabajos de excavación se vienen realizando desde hace dos años en el marco de un convenio firmado con el Ayuntamiento de Guadalajara y bajo la dirección del Dr. Julio Navarro Palazón (CSIC). En el transcurso de los trabajos ya realizados se ha podido identificar un palacio mudéjar de los siglos XIII-XIV, estrechamente relacionado con los modelos nazaríes. Está organizado en torno a un patio de crucero con alberca central, presidido en su frente norte por una qubba o aula regia, anexa a un gran salón oblongo en el que se debieron de celebrar las famosas Cortes de 1390 y 1408.
En 1998 un equipo de arqueólogos contratado por el Ayuntamiento de Guadalajara, el propietario del inmueble, realizó una serie de zanjas y catas (11 en total) de reducidas dimensiones que permitieron valorar la potencia estratigráfica del sedimento y poner de manifiesto la existencia de un monumento de categoría soterrado.
En 2000 se produjo la segunda intervención a cargo de este equipo. En ella se ampliaron algunas de las zanjas, excavando la totalidad de la planta de la qubba.
El 9 de febrero de 2004, el Ayuntamiento de Guadalajara estableció un convenio con la Escuela de Estudios Árabes de Granada (CSIC) por el que ésta se hizo cargo de la coordinación y dirección de los trabajos de excavación, restauración y puesta en valor del monumento, en el marco del cual se sitúan las investigaciones arqueológicas que se han realizado hasta la actualidad.
En esta Primera Campaña de Limpieza se realizó una limpieza general para dejar el monumento preparado para los trabajos de planimetría y diseño de alzados mediante fotogrametría digital.
En la I Campaña de Excavaciones (agosto a diciembre de 2005) los trabajos consistieron básicamente en intervenciones puntuales en ciertos lugares estratégicos, con el fin de conocer la distribución general de la fase más importante del Alcázar, la correspondiente al palacio bajomedieval.
En la presente II Campaña se continúan los trabajos iniciados en la anterior, con el objetivo añadido de la apertura al público del yacimiento y su musealización al mismo tiempo que se realiza la intervención arqueológica.
Breve historia del Alcázar Real de Guadalajara
Las ruinas del Alcázar Real de Guadalajara se ubican en el centro de la ciudad, cercanas al Palacio del Infantado y frente a la iglesia del desaparecido convento de monjas jerónimas de Nuestra Señora de los Remedios. Limita al norte con la Travesía de Madrid, al sur con el Cuartel de San Carlos, al este con el barranco del Alamín y al oeste con la calle de Madrid.
El Alcázar es un edificio singular cuya historia se remonta, al menos, al siglo XIII, manteniéndose en uso, si bien con algunas fases de abandono y saqueo, hasta el siglo XX. Durante todos esos años fue castillo, palacio real, fábrica de tejidos, cuartel y colegio de huérfanos, aunque los restos hoy visibles pertenecen mayoritariamente a la época bajomedieval. Actualmente, está declarado Bien de Interés Cultural (BIC) por la Disposición Adicional Segunda de la ley 16/1985 de 25 de junio del Patrimonio Histórico Español, que ratifica el Decreto de 22 de abril de 1949, en virtud del cual se dotaba a los castillos y murallas españoles del máximo grado de protección.
De la fortaleza medieval sólo permanecen hoy en pie sus muros perimetrales, que presentan numerosas alteraciones, fruto de su larga historia constructiva. Su planta es de tendencia claramente rectangular y mide 72 x 62 m. Tanto las estructuras emergentes de mampostería como las de tapial son obra cristiana, sin que hasta la fecha podamos identificar sobre la rasante resto alguno del alcázar andalusí.
Los restos emergentes conservados permiten identificar dos recintos. El primero es el más antiguo y su planta es tendente al rectángulo; se distinguen al menos dos fases constructivas en las que podemos ver un núcleo original cuadrado (fortaleza antigua) ampliado posteriormente en su frente septentrional. Mide 67 x 62 m y alcanza una superficie de 4.154 m2. Del segundo recinto son muy escasos los tramos conservados, aunque todos ellos son de tapial de hormigón. La exigua información no impide que podamos afirmar que se trata de un recinto más amplio que englobaba al anterior por sus frentes meridional y occidental.
A pesar de la desaparición completa de la muralla septentrional de la fortaleza antigua durante los trabajos de ampliación acometidos en el siglo XIV, son muchos los restos conservados que permiten la reconstrucción de su perímetro original. Se trata de un edificio de planta trapecial, muy cercana al cuadrado, con torreones circulares en las esquinas de los que sólo dos se han conservado en el frente meridional. De sus cuatro lados sólo el de la puerta puede ofrecer una medida exacta al estar completo (62 m).
Todo el perímetro del recinto interior presenta fábrica de mampostería careada. La muralla oriental es la más gruesa y la única que ha llegado hasta nuestros días conservando sus forros. Su excepcionalidad radica también en las cinco ventanas que la perforaban, delatando que este lado, a pesar de no abrirse a la ciudad, fue la auténtica fachada del palacio.
Al mismo momento constructivo corresponde también el bastión de puerta meridional que, situado en el centro de ese lateral, tiene un frente de 13,50 m y se proyecta unos 8,40 m hacia el sur. El muro que lo conforma tiene un espesor de 3,10 m, es una obra de mampostería con esquinas reforzadas con sillares de piedra.
El recinto exterior tendría por puerta principal de ingreso la estructura denominada Peso de la Harina, cuya planta recoge el trazado de una puerta de acceso directo, flanqueada al exterior por dos cubos gemelos.
En la torre central de la fachada norte se aloja una sala tipo qubba (8,70 x 8,80 m), que en las primeras excavaciones había sido descrita como de origen andalusí. Este singular elemento nos parece clave a la hora de entender la historia del monumento, pues creemos que la ampliación del primitivo palacio se hizo no tanto por conseguir más superficie, como por dotarlo de un espacio protocolario imprescindible en los palacios reales castellanos del siglo XIV. Precediendo a la qubba encontramos el salón principal que adopta la habitual planta oblonga con alhanías en sus extremos.
Durante las excavaciones efectuadas en el año 2000 aparecieron en el gran patio central una serie de estructuras de tapial, que en su día fueron identificadas por el anterior equipo arqueológico como parte de una torre andalusí de acceso al primitivo recinto fortificado del siglo XI. Se trata, sin embargo, de parte de un patio de crucero, mientras que la supuesta torre es en realidad su alberca central.
La muralla oriental que da al barranco del Alamín es la única que recibió cierto tratamiento de fachada y prueba de ello es que se le abrieron seis vanos y que al menos dos de ellos presentan un importante tratamiento ornamental. Esta crujía contó con una planta más a modo de criptopórtico abovedado, que se construyó con la finalidad de salvar el desnivel natural de la ladera del barranco del Alamín.
Sabemos por las fuentes escritas que la Guadalajara islámica contó con una alcazaba, pero no podemos asegurar que las ruinas actuales del Alcázar, de construcción cristiana, estén sobre los restos de la alcazaba andalusí que conoció la conquista del siglo XI. En el supuesto de que ambos alcázares estén superpuestos, la historia del solar se remontaría, con toda probabilidad, a época emiral, cuando Guadalajara, denominada Madinat al-Faray y Wadi-l-Hiyara en las fuentes árabes, formaba parte de la Marca Media.
Una falsa etimología transmitida por Ibn Hazm dio lugar a que se extendiera la creencia de que la denominación oficial, Madinat al-Faray, se debía a una supuesta fundación por un bereber de nombre al-Faray, aunque, según Vallvé, el componente al-Faray es un término geográfico muy frecuente en la toponimia andalusí que debe ser traducido como la Bellavista. Lo encontramos, por ejemplo, en hisn al-Faray que dio origen a San Juan de Aznalfarache (Sevilla) o al castillo de Larache, en la huerta murciana. Vallvé opina que se trata de una titulación oficial que recibió la ciudad por parte de ‘Abd al-Rahman III, frente al nombre popular de Wadi-l-Hiyara, que había pasado del río al núcleo de población situado en sus inmediaciones.
En origen, se trató de un asentamiento bereber. En el territorio comprendido entre Medinaceli y Madrid, incluyendo Alcalá, Guadalajara y el espacio situado entre los valles del Jarama y el Henares, se asentó durante los siglos IX y X el clan de los Banu Salim, perteneciente a la tribu Masmuda, quienes ejercieron su gobierno en nombre de los Omeyas, protegiendo la región de las revueltas de los muladíes toledanos y de los bereberes de Santaver. La Marca Media, por su carácter fronterizo, estuvo durante el emirato sometida a continuas algaradas cristianas, lo que explica la labor de refortificación emprendida por Muhammad I, quien hacia el año 855 ordenó la fundación de las plazas de Calatrava, Salamanca, Madrid, Peñafora, Olmos y Zorita. A pesar de dichos esfuerzos, poco después Al-Hakam I se vio obligado a llevar a cabo una expedición para remediar el hostigamiento a que venía siendo sometida Guadalajara, dejando en esta ciudad botín, fondos y jornaleros para su reconstrucción.
Además de la amenaza cristiana, la región sufrió a lo largo del siglo IX las rivalidades entre los diferentes grupos y clanes del bando musulmán, como la que enfrentó a los Banu Salim y a los Banu Qasi, narrada en la Historia de Izrac de Guadalajara, alguno de cuyos pasajes resulta de especial interés para el conocimiento del alcázar y, en general, de la topografía urbana de Guadalajara en época emiral.
Por su estratégica situación geográfica, Guadalajara se convirtió en una base privilegiada en las campañas califales, según muestran las crónicas, como la que narra la expedición de Muez, llevada a cabo por ‘Abd al-Rahman III en 920.
Durante la campaña de Zaragoza, ‘Abd al-Rahman III permaneció en Guadalajara, reparando sus fortalezas, torres y atalayas y asegurando su abastecimiento de provisiones y pertrechos. Posteriormente, tras su derrota de Alhándega, descansó en Guadalajara antes de emprender el regreso a Córdoba.
Según explica al-Razi (siglo X) en su Descripción de al-Andalus, el término de Guadalajara lindaba con los de Recópolis, Zorita y Toledo, e incluía los castillos de Madrid y Sopetrán. Mientras que el oriental Yaqut, quien escribe en el siglo XIII utilizando fuentes anteriores como el propio al-Razi, considera dependencias de Guadalajara a los castillos de Madrid, Uctrox, el de la Peña, el de Sopetrán, el de Cautixa y el de Alcalá. En el año 948 vino a la Península el viajero Ibn Hawqal, quien estaba especialmente interesado en aspectos económicos y estratégicos dejándonos el siguiente comentario: Entre las ciudades antiguas célebres, se cuentan: Jaén, Toledo, Guadalajara. Todas ellas datan de la más remota antigüedad.
Tras la caída del Califato, Guadalajara quedará dentro de la taifa toledana de los Banu di-l-Nun, permaneciendo como cabeza de distrito hasta su conquista por Castilla en 1085, tomada por Alfonso VI, junto con el resto de las posesiones de Toledo.
De la Guadalajara del siglo XII nos da noticias el geógrafo árabe al-Idrîsî, quien probablemente transmite información más antigua. La sitúa en la provincia de las Sierras (por el Sistema Central), en la que también quedarían enclavadas Talavera, Toledo, Madrid, Alfamín, Uclés y Huete y que lindaría por el este con la provincia de las Cuevas, a la que pertenecían Zorita, Hita y Calatrava.
El Alcázar pasó a manos de la Corona castellana, manteniendo, como en época precedente, las funciones de centro militar y residencia del gobernador delegado por el poder señorial, cuando no de la propia familia real. En este sentido, el edificio sufriría modificaciones para adaptarlo a las nuevas necesidades; este es el caso de la construcción de la capilla de San Ildefonso en tiempos de Alfonso VIII. En el Alcázar pasaron alguna temporada la reina Berenguela, Fernando III, Sancho IV, Alfonso XI. También las infantas Berenguela, hija de Alfonso X, e Isabel, primogénita de Sancho IV, ambas señoras de Guadalajara vivieron en Guadalajara.
En tiempo de los Trastámara la fortaleza permaneció en uso, pues sabemos que en ella se celebraron Cortes del Reino en 1390 con Enrique III y en 1408, durante la minoría de edad de Juan II. Este último visitaría de nuevo Guadalajara en 1436, para las bodas de D. Diego Hurtado de Mendoza, demostrando las buenas relaciones que tenía con su padre D. Iñigo López de Mendoza.
A mediados del siglo XV surgieron importantes desavenencias entre Enrique IV y D. Diego Hurtado de Mendoza, alcaide del alcázar, con motivo de de las cuales la fortaleza fue dotada de cava y barbacana por voluntad real. En 1460 Diego Hurtado de Mendoza fue restituido en su cargo y en 1461 mandó construir sus nuevas casas principales, el Palacio del Infantado, a cuya fábrica se dice que ayudó el Alcázar Real, según Francisco de Torres, refiriéndose con estas palabras, probablemente, a las abundantes rentas que la tenencia de la fortaleza aportaban a la hacienda ducal. La existencia del nuevo palacio, de marcada influencia arquitectónica italiana, debió de ocasionar finalmente la decadencia del Alcázar como ámbito palaciego; seguramente es en el nuevo edificio donde el Marqués de Santillana acogió en 1468 a la hija de Enrique IV antes de ser desposada.
Posteriormente, ciertas estancias del antiguo Alcázar quedarán empleadas como sede de la milicia concejil, o destinadas a otros usos públicos, como el caso del torreón que los Reyes Católicos dedicaron a pósito de cereales en 1498, llamándose desde entonces Peso de la Harina.
La posesión del Alcázar fue ratificada sucesivamente por los reyes a la familia de los Mendoza. A partir de este momento las noticias históricas referentes al Real Alcázar de Guadalajara son muy escasas y sesgadas. Sabemos que en 1579 estaba ya en estado ruinoso, según se desprende de la descripción contenida en la Relación que la ciudad envió a Felipe II.
Pese a su mal estado, en 1670 el Alcázar era utilizado como cárcel, al menos nobiliaria, según acredita una carta que el Marqués de Castrofuerte remite al Duque del Infantado sobre su prisión allí.
Durante el siglo XVIII, la desaparición casi completa del Alcázar medieval irá ligada a la construcción en 1718 de la Real Fábrica de Paños en el inmediato Palacio de los Montesclaros, actual archivo militar. La antigua fortaleza fue entonces utilizada como cantera según se desprende de un documento de 1719. El material expoliado del Alcázar procedía al menos de de los forros de piedra de los muros de mampostería meridional y occidental de la fortaleza, según documentamos en las excavaciones arqueológicas que realizamos en la campaña de 2005.
En 1778 se hace necesario ampliar las instalaciones para lo que se construye la nueva Fábrica de Sarguetas de San Carlos en el antiguo Alcázar Real, que para esas fechas debía de ser una ruina, sobre todo después del expolio que sufrió durante la edificación de la primera fábrica. El nuevo edificio supuso la total demolición del interior del Alcázar, respetándose tan sólo sus cuatro frentes de muralla en cuyo interior se erigió una construcción de nueva planta compuesta por cuatro crujías corridas y cubiertas con bóvedas, organizadas en torno a un patio central.
A partir de 1797 con la crisis del Antiguo Régimen comienza el declive de la Real Fábrica de Paños de Guadalajara, acelerándose durante la Guerra de Independencia en 1808, lo que provocó finalmente su cierre en 1822.
En 1833 el edificio abandonado recuperó su carácter militar al acoger a los cuarteles de San Carlos y Santa Isabel. Fue remodelado en 1860, conforme a lo proyectado por los ingenieros militares de la Academia Superior. Posteriormente fue sede del Tercer Regimiento de Ingenieros y del Batallón de Aerostación. El Colegio de Huérfanos de la Guerra se hallaba en el Palacio del Infantado pero, debido a la falta de espacio, se decidió trasladar la sección masculina al Cuartel de San Carlos en 1897. En 1936 fue bombardeado e incendiado, quedando al descubierto los enmascarados muros perimetrales de la fortaleza medieval, estado en el que permanece en la actualidad.